EL PROBLEMA DE LA CIUDAD EN LA ERA DE LAS COMUNICACIONES
Así como el cerebro puede hacer cosas que ninguna neurona consigue por sí sola, las redes sociales logran lo que una persona no puede hacer en solitario. James Fowler
Esta frase del profesor James Fowler, experto en redes sociales de la Universidad de California, es la que puede resumir de alguna manera lo que pretendo transmitir en este texto. El profesor Fowler, al contrario de lo que se pueda pensar, no se refiere a las redes sociales virtuales, sino que hace referencia a un término más genérico, a las redes que nos conectan unos con otros en la vida cotidiana. Los científicos como Fowler, descubrieron que los hábitos y los estados emocionales se transmiten por las redes sociales como si fueran virus contagiosos.
Se puede decir que las redes sociales son la más poderosa de las armas que la propia sociedad puede poseer. Con ellas se podría conseguir, según la visión científica del experto en redes sociales, cualquier cosa que nos planteemos. Esta utilidad de las redes sociales como arma se ha aplicado en infinidad de ocasiones a lo largo de la historia del hombre. Sin embargo, lo que a mí me interesa es su utilidad como herramienta.
Jane Jacobs, en su libro Muerte y vida de las grandes ciudades, habla de la ciudad como un problema que se entiende, desde un punto de vista científico, como si fuera un problema de complejidad organizada. Esto significa que las variables están todas ellas interrelacionadas, que son problemas que requieren tratar simultáneamente un numeroso conjunto de factores en conexión íntima, formando entre todos un todo orgánico. ¿Cuáles son estos factores? En el caso de la urbanística de Jacobs, se refiere a los comportamientos, a los procesos, y no a la mera presencia.
Además de querer dar la clave del urbanismo correcto, a su criterio, nos cuenta también qué es lo que no se debe hacer. Existen otros dos métodos de análisis científico, además del de complejidad organizada: el de los problemas sencillos que estamos acostumbrados a ver y el de problemas de complejidad desorganizada. Para Jacobs, estos son los métodos que usan los teóricos de la urbanística y que nunca deberían tenerse en cuenta a la hora de hacer ciudad. Bien, pues vamos a intentar desarrollarlos en busca de una solución para el urbanismo moderno. Los problemas sencillos podrían ser utilizados en cualquiera de los casos como simplificación de cualquiera de los otros dos tipos de problemas, de modo que nos centraremos en los problemas de complejidad desorganizada.
PROBLEMAS DE COMPLEJIDAD DESORGANIZADA
Un gas ideal tiene virtualmente infinitos grados de libertad. Sin embargo, no es impredecible en absoluto. Este problema fue resuelto por la teoría cinética de los gases (Maxwell y Boltzman). A través de un tratamiento estadístico, ha sido posible reducir el número de grados de libertad del conjunto de las partículas a tres: temperatura, presión y volumen. Se pasó de considerar el comportamiento de cada partícula individual a analizar el comportamiento promedio de todo el conjunto.
Las partículas de gas representarían un problema de complejidad desorganizada. Sería infinitamente complejo intentar resolver el problema del movimiento de las partículas, por no decir imposible. Esto requeriría un conocimiento tan profundo que sería inabarcable incluso con los conocimientos actuales. Sin embargo, aplicando valores estadísticos, la complejidad se reduce. A pesar del comportamiento desconocido de todas las variables individuales, el sistema en su conjunto posee ciertas propiedades medias, ordenables y analizables.
Aplicado al urbanismo, esto supondría obviar cada elemento que lo compone y observar qué es lo que ocurre. Y aquí está la clave, en la observación. La teoría de la cinética de gases, se obtuvo a base de observación, cambiando una serie de variables el resultado era distinto. El problema es que, a escala urbanística, el observar requiere muchos años y cualquier operación de agregar o quitar elementos ya no sería sólo cuestión de tiempo, sino además de dinero.
Para solucionar el problema temporal y el económico tenemos una herramienta que podría reducir en mucho el factor temporal, además del económico. Se trata de la historia, de lo ya creado y vivido. Nos pasamos la vida recopilando información desde hace cientos de años. Supongamos que metemos toda esta información en una base de datos común. Programamos la máquina para que ella sola sepa utilizar y conectar todas las variables. Podríamos llegar a predecir la evolución de un barrio, hacia el desastre o hacia el triunfo. Podríamos saber cómo funcionaría un edificio insertado en un barrio pobre antes de llegar a construirlo.
En el año 1951, Isaac Asimov escribe Fundación, el primer libro de una saga de ciencia ficción. Aquí se presenta un término que tiene que ver con lo que estoy contando: la psicohistoria. Lo define como la rama de las matemáticas que trata sobre las reacciones de conglomeraciones humanas ante determinados estímulos sociales y económicos. Esta herramienta, fundamental para la trama de la novela, permitía predecir lo que iba a ocurrir a una escala de hasta mil años, pero siempre dado como un valor estadístico de cierto índice de probabilidad. Es decir, que no se afirman los hechos futuros, sino que se da el hecho más probable de todos. Se calculaban las conductas sociales a través de su traducción a valores matemáticos. Asimov lo compara exactamente con el ejemplo de la teoría de la cinética de gases.
Implícita a la definición de psicohistoria está la suposición de que el número de humanos es suficientemente grande para un tratamiento estadístico válido (habla de billones de personas). Otra suposición necesaria es que el conjunto humano debe desconocer el análisis psicohistórico a fin de que su reacción sea verdaderamente casual.
En las novelas de Sherlock Holmes (1893), uno de los personajes (el Dr. Moriarty), describe la posibilidad de predecir el comportamiento de la sociedad utilizando términos matemáticos. También en la novela llevada al cine El informe de la minoría (Minority Report), aparece otra forma distinta de predicción, en este caso de crímenes a través de los precogs. Pero todo esto no deja de ser ciencia ficción. Bien es cierto que Asimov tenía una base científica bastante importante y, conforme pasen los años, se van a valorar cada vez más sus aportaciones, como ya se hizo con Julio Verne.
Pero resulta que el término psicohistoria existe en la actualidad y se define como el estudio de las motivaciones psicológicas de eventos históricos. En ella se combinan profundizaciones provenientes de la psicoterapia con metodologías de investigación de las ciencias sociales, para la comprensión del origen emocional de las conductas sociales y políticas de grupos y naciones en el pasado y en el presente. Es decir, que este término ya no es una cuestión de ciencia ficción. Actualmente se utiliza para el análisis de individuos o colectivos para la predicción de la violencia y el abuso infantil, pero tampoco sería descabellado utilizar esta herramienta para un análisis social más completo.
Las miles de variables del comportamiento, tanto individual como social, que constituyen el comportamiento humano, deberían ser ingresadas en un sistema de cómputo que permita medir la probabilidad de ocurrencia de las acciones futuras.
Pierre Simon Laplace, famoso matemático francés y creyente del determinismo casual, diría que para predecir el comportamiento de la población sería necesario conocer lo que hacen, piensan y dicen todos los seres humanos (una aplicación del conocido como demonio de Laplace). La psicohistoria es mucho más generalizadora, se dedica a analizar las tendencias sociales y niega las actividades individuales.
Vamos a ver qué pasaría si aplicamos estas teorías al estudio del problema de la ciudad del que habla Jane Jacobs. Para poder aplicarlo necesitaríamos reunir en una base de datos todos los factores que condicionan la ciudad, un distrito o incuso un barrio. Esto no supondría conocer, como diría Laplace, lo que hace, piensa, dice y siente cada uno de los habitantes de esa ciudad, sino que nos valdría con conocer los hábitos de comportamiento de las masas sociales en función de un determinado estímulo. Cuanto más grandes sean estas masas mejor (recordemos que Asimov hablaba de billones de personas). Esto simplificaría el problema. Al menos aparentemente.
Supongamos que conseguimos todos estos datos. Resultaría que ante cierto estímulo, por ejemplo la inclusión de un parque en un barrio, esta base de datos programada nos daría un resultado de adecuación. En la década de los 60, un meteorólogo llamado Lorenz, muy preocupado por la veracidad y fiabilidad de las predicciones climatológicas, se puso en marcha para intentar mejorar el sistema. Llegó a desarrollar un conjunto de ecuaciones bastante complicadas, por lo que programó un ordenador para obtener soluciones. Resultó que metiendo los mismos datos en dos ocasiones, los resultados eran completamente distintos. En un ordenador, la precisión no es infinita. Si en un dato de temperatura, por ejemplo, introducimos un error muy pequeño, del orden de 10-12, resulta que el resultado para la predicción meteorológica es completamente diferente. Es el principio de la teoría del caos.
Lo mismo ocurriría con nuestro sistema de predicción para el buen urbanismo. Sólo que tratándose del ser humano, a pesar de destacarse por su comportamiento racional, los resultados se podrían alterar en un grado enorme ante cualquier imperfección. Dicho de otra manera, para que esto funcionase, el propio ser humano debería estar programado para seguir ciertas conductas ante determinados estímulos. Necesitaríamos ser robots, todo sería más fácil. Pero estoy seguro de que nadie desearía algo así.
La propia sociedad no sería suficiente, a pesar de ser un factor muy restrictivo. Una persona libre y aislada tiene infinitos grados de libertad (distintas reacciones frente a cada circunstancia) por el mero hecho de ser persona. Esta misma persona, inserta en una sociedad, ve restringidos sus grados de libertad, ya que no todos los comportamientos son socialmente aceptables. Pero la cosa se reduce aún más cuando aparecen las relaciones. Dos personas con algún vínculo entre sí también restringen sus grados de libertad. Y si observamos una masa grande de gente con algo en común resulta que obtenemos algo controlable incluso por una sola persona.
Como podemos ver, llega un momento, según vamos añadiendo factores, en el que el problema se hace más sencillo. Hemos pasado de infinidad de grados de libertad a tener algo que se puede controlar de forma más o menos sencilla. Ese momento es cuando se introducen las relaciones, las conexiones emocionales.
Resulta que estas conexiones organizan el todo. Lo restringen de tal manera que es difícil salir de él. Ya estamos hablando de problemas de complejidad organizada, y lo hacemos como solución a los problemas que nos surgían de la anterior hipótesis. Podría resultar que Jane Jacobs tuviera razón. Vamos a analizarlo en busca de la validez o no de la teoría sostenida por Jacobs.
PROBLEMAS DE COMPLEJIDAD ORGANIZADA
Existen sistemas en los que la disminución de grados de libertad no es sólo un truco estadístico, como ocurre con la psicohistoria. Son los sistemas estudiados por la sinergética. En esta clase de sistemas, las partículas parecen comunicarse entre sí a distancia, de manera que el comportamiento de una de ellas se ve influido por el de las otras. Existe una multitud de vías de desarrollo procedente de una situación inicial (el punto de bifurcación). Entonces, todas ellas convergen en el siguiente estado de equilibrio (el punto atractor). La sinergética estudia las propiedades de la divergencia y la convergencia, la bifurcación y los atractores, los patrones de desarrollo de la autoorganización de sistemas abiertos, y las transiciones del caos al orden y del orden al caos.
Volvemos a un sistema de predicción, sólo que esta vez al estilo de Jane Jacobs. Para ella, la única forma de comprender las ciudades pasaba por un trabajo inductivo, razonando de lo particular a lo general, y no al revés. Ya no estamos viendo el problema como una solución que da el conjunto en general, sino las conexiones entre las distintas partes. Jacobs también habla de pensar en procesos, luego esas partes tendrán un carácter dinámico.
Sin duda, el problema de la ciudad es un problema de interacción social, de cómo la ciudad condiciona el comportamiento social y viceversa. Si un barrio no funciona, quien sale más afectado es la sociedad. Esto nos lo deja muy claro Jacobs en su libro. La red social en sí representa ya un problema de complejidad ordenada. Y con esto estamos volviendo al punto de partida de la visión de James Fowler.
Demos otro sentido a la frase del profesor las redes sociales logran lo que una persona no puede hacer en solitario. Imaginemos que podemos recopilar la información de toda una sociedad en un ordenador. Bueno, no resulta descabellado, ¿verdad? No hace falta imaginarlo, porque esto es una realidad. Las redes sociales consiguen organizar el todo orgánico del que hablaba Jacobs. Hay tanta información en las redes virtuales que se podría llegar a predecir qué servicios y productos compraremos.
Las redes sociales y las comunicaciones están adquiriendo tal magnitud, que podrían facilitar enormemente el problema de las ciudades. Pero no sólo en el sentido de la recopilación de información para saber lo que se necesita sino que, además, los ojos de los que habla Jacobs se multiplican como esporas por las redes sociales, se mueven masas y se crea una conciencia común.
La forma de la red en la que estamos involucrados influye en la forma de comportarse. Además, tendemos a comportarnos como aquellos a los que estamos conectados. Si, en una conversación, la persona con la que estamos hablando nos sonríe, tú también sonríes. Pero no sólo son tus amigos los que te afectan, sino que existe hasta tres grados de influencia (los amigos de los amigos de tus amigos).
En el año 1930, el escritor húngaro Frigyes Karinthy propone, en un cuento llamado Chains, la teoría de los 6 grados de separación. Esta hipótesis intenta probar que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios, conectando a ambas personas con sólo seis enlaces.
Según esta teoría, cada persona conoce de media, entre amigos, familiares y compañeros de trabajo o escuela, a unas 100 personas. Si cada uno de esos amigos o conocidos cercanos se relaciona con otras 100 personas, cualquier individuo puede pasar un recado a 10.000 personas más. Si esos 10.000 conocen a otros 100, la red ya se ampliaría a 1.000.000 de personas conectadas en un tercer nivel, a 100.000.000 en un cuarto nivel, a 10.000.000.000 en un quinto nivel y a 1.000.000.000.000 en un sexto nivel.
En el año 1967, esto pasó a manos del psicólogo social Stanley Milgram, quien decidió pasar a los hechos a través del experimento del mundo pequeño. En él, Milgram midió la longitud de las conexiones a través de la mensajería, concluyendo en una media de seis conexiones.
Curiosamente, Jacobs habla de esto mismo en su libro. Pero lo comenta como una anécdota. Cuando ella y su hermana fueron por primera vez a Nueva York, jugaban a lo que ellas llamaban los mensajes. El juego consistía exactamente en lo mismo que experimentaría Milgram seis años después, pero con un carácter más imaginativo.
Ahora asumamos que este experimento es de los años 60. Actualmente, el tema de las redes sociales impregna la cultura de cualquier lugar del mundo. Particularmente, la noción de los seis grados de separación se ha vuelto parte de la conciencia colectiva. Las comunidades virtuales han aumentado enormemente la conectividad del espacio en línea, mediante la aplicación del concepto de red social y de los seis grados de separación.
Esto quiere decir que en un solo ordenador podemos tener la información de personas de cualquier parte del mundo. Podemos conocer sus tendencias, sus gustos y hasta lo que piensan. Podemos llegar a predecir, como decía antes, qué servicios y productos compraremos. Como se puede ver, el problema de la ciudad se podría reducir en poco tiempo si se utiliza la herramienta adecuada.
Llegados a este punto, la pregunta podría ser ¿es realmente la ciudad una mera cuestión social? Así lo creo, pero cabe concretar un poco más. No se trata de cómo piensa la gente y qué es lo que más le gusta, sino que lo que realmente importa es cómo se ve afectada ante cierto estímulo, que viene en forma de elemento de la ciudad en un lugar concreto y con una forma y funcionamiento concretos. Para esto también nos servirían las redes sociales, solo que restringiendo los campos de búsqueda.
Actualmente existen numerosas iniciativas para incentivar la participación ciudadana en la ciudad. Un ejemplo es la propuesta Yo también me caso, de dos jóvenes arquitectos: Paula del Río y Javier Peña. En palabras de Peña, “En política con el voto apruebas o desapruebas unas propuestas que son ajenas, y nosotros lo que queremos es invertir esa relación, que la propuesta salga del ciudadano, el germen de lo que tendrían que ser las políticas ciudadanas”. Lo que consiguen es incentivar al ciudadano para que se comprometa con su ciudad haciendo una serie de propuestas.
Con este tipo de iniciativas conseguimos ampliar la información de la que disponemos. Quizás Jacobs, en la época en la que escribía su libro, estaba pidiendo demasiado a los profesionales de la urbanística, como ella los llama. Los métodos que pedía que fueran utilizados, aunque sencillo de contar, era muy complicado de analizar sin los medios de los que disponemos actualmente. Pero ahora se puede y, si se consigue llevar a cabo, sólo bastarían unas pocas décadas más para saber si estamos de nuevo en un error.
Existen distintos tipos de ciudad basados en la interacción de los ciudadanos, el espacio público y los medios de comunicación. Para el crítico de arte Eduardo Pérez Soler, podemos distinguir entre la Ciudad eficiente, la Ciudad panóptica, la Ciudad emocional y la Ciudad aumentada o hipermedia. Esta última es muy interesante para el tema que nos ocupa. Se trata, según el crítico de arte, de una ciudad cubierta por la densa capa de información georreferenciada de carácter cultural, comercial y lúdico. Sin embargo, internet puede hacernos perder el contacto con la calle. Las tecnologías pueden ser una herramienta útil, siempre que interactúen con el espacio físico relacional. La clave del urbanismo en este sentido sería la de encontrar una estrategia de relación entre el espacio físico urbano y la capa de información que lo resignifica y contextualiza, y hacerlo de una forma creativa y productiva.
Cada vez tenemos más herramientas de información. La ya citada información georreferenciada es la que mejor se adapta a las necesidades del urbanista. Se trata de generar y compartir información ligada a un lugar concreto localizado en mapa. El ejemplo más popular es el de Google. Con Google Maps o Google Earth, la cantidad de información que podemos adquirir de un lugar en concreto es inmensa. Pero lo más importante es que se trata de información aportada por los propios usuarios, la sociedad toma conciencia de la propia ciudad en la que viven.
Este concepto se traduce en los mashups, aplicaciones web híbridas que usan y combinan datos de una o más fuentes para crear nuevos servicios. Por ejemplo, un tema que le interesaría mucho a Jane Jacobs es la aplicación de los mashups a la criminalidad. El departamento de policía de Chicago tiene un mashup que integra la base de datos del departamento de crímenes reportados con Google Maps.
Hoy en día, la red social por excelencia es Twitter, que cuenta con más de 200 millones de usuarios en todo el mundo. También permite las referencias geolocalizadas, lo que nos puede inducir, como muchas veces ocurre, por experiencia propia, a descubrir nuevos lugares que no conocíamos o a interesarnos por un barrio en concreto cuya existencia ignorábamos. Incrementa nuestro conocimiento del lugar y de la sociedad que lo habita; y colabora en gran medida en una conciencia común a gran escala.
En definitiva, las redes digitales están haciendo posible que los profesionales de la urbanística puedan acceder a poderosas herramientas para el estudio detallado del territorio metropolitano y su intervención con una mayor eficacia. El internet móvil y la georreferenciación permiten algo que antes era impensable; consigue asociar en tiempo real una identidad digital con un espacio físico concreto.
Ya existen municipios en España que se han concienciado de esto y han tomado medidas. Es el caso del municipio de Béjar, en la provincia de Salamanca, que ya se anuncia en la red como ciudad digital. A través de una serie de actuaciones de modernización tecnológica, el ayuntamiento pretende fomentar la participación activa ciudadana en el desarrollo de los intereses municipales.
Cada vez existen más propuestas generadas desde las redes digitales, la ciudadanía se ve más concienciada con la ciudad e intenta participar más en ella y de ella. Se realizan acciones que los propios ciudadanos ponen en marcha de forma espontánea y de forma autoorganizada, con el objetivo de mejorar su hábitat. La ciudad se vuelve a entender como un espacio de producción social tal y como apuntaba Henri Lefebvre. Se trata de un sistema de ciudad bottom-up, como pide Jacobs, y no el tradicional urbanismo top-down. El arquitecto e investigador Domenico di Siena habla de la ciudad del conocimiento, de cómo definir un nuevo modelo de urbanidad basada en la experiencia como base de conocimiento. Y ello lo traduce a un espacio virtual de debates, discusiones y puestas en común de información, que colabora con la inteligencia colectiva.
ALGUNAS CONCLUSIONES
Como hemos podido ver, sería infinitamente difícil intentar predecir acertadamente la evolución de un barrio o ciudad. Cualquier variación en la hipótesis inicial podría condicionar por completo el resultado. Sin embargo, siendo que son los propios ciudadanos los que generan el espacio urbano con sus propuestas e iniciativas, el modelo planteado no puede fracasar, ya que está en la naturaleza del ser humano el proteger aquello que uno mismo ha creado.
Es posible imaginar la ciudad de las ideas, de la participación, del debate, del compromiso de los habitantes, la ciudad sensible (sentient city); es posible imaginar lo que un día imaginó Jane Jacobs, porque lo tenemos delante. A diario manejamos y generamos cantidades ingentes de información. Tenemos en las redes digitales fuentes de organización de la enorme complejidad que supone una ciudad. Es decir, que el urbanista se puede valer de la inteligencia colectiva que se genera en estas redes como herramienta para crear una ciudad de todos y para todos.
EL PROBLEMA DE LA CIUDAD EN LA ERA DE LAS COMUNICACIONES
Así como el cerebro puede hacer cosas que ninguna neurona consigue por sí sola, las redes sociales logran lo que una persona no puede hacer en solitario.
James Fowler
Esta frase del profesor James Fowler, experto en redes sociales de la Universidad de California, es la que puede resumir de alguna manera lo que pretendo transmitir en este texto. El profesor Fowler, al contrario de lo que se pueda pensar, no se refiere a las redes sociales virtuales, sino que hace referencia a un término más genérico, a las redes que nos conectan unos con otros en la vida cotidiana. Los científicos como Fowler, descubrieron que los hábitos y los estados emocionales se transmiten por las redes sociales como si fueran virus contagiosos.
Se puede decir que las redes sociales son la más poderosa de las armas que la propia sociedad puede poseer. Con ellas se podría conseguir, según la visión científica del experto en redes sociales, cualquier cosa que nos planteemos. Esta utilidad de las redes sociales como arma se ha aplicado en infinidad de ocasiones a lo largo de la historia del hombre. Sin embargo, lo que a mí me interesa es su utilidad como herramienta.
Jane Jacobs, en su libro Muerte y vida de las grandes ciudades, habla de la ciudad como un problema que se entiende, desde un punto de vista científico, como si fuera un problema de complejidad organizada. Esto significa que las variables están todas ellas interrelacionadas, que son problemas que requieren tratar simultáneamente un numeroso conjunto de factores en conexión íntima, formando entre todos un todo orgánico. ¿Cuáles son estos factores? En el caso de la urbanística de Jacobs, se refiere a los comportamientos, a los procesos, y no a la mera presencia.
Además de querer dar la clave del urbanismo correcto, a su criterio, nos cuenta también qué es lo que no se debe hacer. Existen otros dos métodos de análisis científico, además del de complejidad organizada: el de los problemas sencillos que estamos acostumbrados a ver y el de problemas de complejidad desorganizada. Para Jacobs, estos son los métodos que usan los teóricos de la urbanística y que nunca deberían tenerse en cuenta a la hora de hacer ciudad. Bien, pues vamos a intentar desarrollarlos en busca de una solución para el urbanismo moderno. Los problemas sencillos podrían ser utilizados en cualquiera de los casos como simplificación de cualquiera de los otros dos tipos de problemas, de modo que nos centraremos en los problemas de complejidad desorganizada.
PROBLEMAS DE COMPLEJIDAD DESORGANIZADA
Un gas ideal tiene virtualmente infinitos grados de libertad. Sin embargo, no es impredecible en absoluto. Este problema fue resuelto por la teoría cinética de los gases (Maxwell y Boltzman). A través de un tratamiento estadístico, ha sido posible reducir el número de grados de libertad del conjunto de las partículas a tres: temperatura, presión y volumen. Se pasó de considerar el comportamiento de cada partícula individual a analizar el comportamiento promedio de todo el conjunto.
Las partículas de gas representarían un problema de complejidad desorganizada. Sería infinitamente complejo intentar resolver el problema del movimiento de las partículas, por no decir imposible. Esto requeriría un conocimiento tan profundo que sería inabarcable incluso con los conocimientos actuales. Sin embargo, aplicando valores estadísticos, la complejidad se reduce. A pesar del comportamiento desconocido de todas las variables individuales, el sistema en su conjunto posee ciertas propiedades medias, ordenables y analizables.
Aplicado al urbanismo, esto supondría obviar cada elemento que lo compone y observar qué es lo que ocurre. Y aquí está la clave, en la observación. La teoría de la cinética de gases, se obtuvo a base de observación, cambiando una serie de variables el resultado era distinto. El problema es que, a escala urbanística, el observar requiere muchos años y cualquier operación de agregar o quitar elementos ya no sería sólo cuestión de tiempo, sino además de dinero.
Para solucionar el problema temporal y el económico tenemos una herramienta que podría reducir en mucho el factor temporal, además del económico. Se trata de la historia, de lo ya creado y vivido. Nos pasamos la vida recopilando información desde hace cientos de años. Supongamos que metemos toda esta información en una base de datos común. Programamos la máquina para que ella sola sepa utilizar y conectar todas las variables. Podríamos llegar a predecir la evolución de un barrio, hacia el desastre o hacia el triunfo. Podríamos saber cómo funcionaría un edificio insertado en un barrio pobre antes de llegar a construirlo.
En el año 1951, Isaac Asimov escribe Fundación, el primer libro de una saga de ciencia ficción. Aquí se presenta un término que tiene que ver con lo que estoy contando: la psicohistoria. Lo define como la rama de las matemáticas que trata sobre las reacciones de conglomeraciones humanas ante determinados estímulos sociales y económicos. Esta herramienta, fundamental para la trama de la novela, permitía predecir lo que iba a ocurrir a una escala de hasta mil años, pero siempre dado como un valor estadístico de cierto índice de probabilidad. Es decir, que no se afirman los hechos futuros, sino que se da el hecho más probable de todos. Se calculaban las conductas sociales a través de su traducción a valores matemáticos. Asimov lo compara exactamente con el ejemplo de la teoría de la cinética de gases.
Implícita a la definición de psicohistoria está la suposición de que el número de humanos es suficientemente grande para un tratamiento estadístico válido (habla de billones de personas). Otra suposición necesaria es que el conjunto humano debe desconocer el análisis psicohistórico a fin de que su reacción sea verdaderamente casual.
En las novelas de Sherlock Holmes (1893), uno de los personajes (el Dr. Moriarty), describe la posibilidad de predecir el comportamiento de la sociedad utilizando términos matemáticos. También en la novela llevada al cine El informe de la minoría (Minority Report), aparece otra forma distinta de predicción, en este caso de crímenes a través de los precogs. Pero todo esto no deja de ser ciencia ficción. Bien es cierto que Asimov tenía una base científica bastante importante y, conforme pasen los años, se van a valorar cada vez más sus aportaciones, como ya se hizo con Julio Verne.
Pero resulta que el término psicohistoria existe en la actualidad y se define como el estudio de las motivaciones psicológicas de eventos históricos. En ella se combinan profundizaciones provenientes de la psicoterapia con metodologías de investigación de las ciencias sociales, para la comprensión del origen emocional de las conductas sociales y políticas de grupos y naciones en el pasado y en el presente. Es decir, que este término ya no es una cuestión de ciencia ficción. Actualmente se utiliza para el análisis de individuos o colectivos para la predicción de la violencia y el abuso infantil, pero tampoco sería descabellado utilizar esta herramienta para un análisis social más completo.
Las miles de variables del comportamiento, tanto individual como social, que constituyen el comportamiento humano, deberían ser ingresadas en un sistema de cómputo que permita medir la probabilidad de ocurrencia de las acciones futuras.
Pierre Simon Laplace, famoso matemático francés y creyente del determinismo casual, diría que para predecir el comportamiento de la población sería necesario conocer lo que hacen, piensan y dicen todos los seres humanos (una aplicación del conocido como demonio de Laplace). La psicohistoria es mucho más generalizadora, se dedica a analizar las tendencias sociales y niega las actividades individuales.
Vamos a ver qué pasaría si aplicamos estas teorías al estudio del problema de la ciudad del que habla Jane Jacobs. Para poder aplicarlo necesitaríamos reunir en una base de datos todos los factores que condicionan la ciudad, un distrito o incuso un barrio. Esto no supondría conocer, como diría Laplace, lo que hace, piensa, dice y siente cada uno de los habitantes de esa ciudad, sino que nos valdría con conocer los hábitos de comportamiento de las masas sociales en función de un determinado estímulo. Cuanto más grandes sean estas masas mejor (recordemos que Asimov hablaba de billones de personas). Esto simplificaría el problema. Al menos aparentemente.
Supongamos que conseguimos todos estos datos. Resultaría que ante cierto estímulo, por ejemplo la inclusión de un parque en un barrio, esta base de datos programada nos daría un resultado de adecuación. En la década de los 60, un meteorólogo llamado Lorenz, muy preocupado por la veracidad y fiabilidad de las predicciones climatológicas, se puso en marcha para intentar mejorar el sistema. Llegó a desarrollar un conjunto de ecuaciones bastante complicadas, por lo que programó un ordenador para obtener soluciones. Resultó que metiendo los mismos datos en dos ocasiones, los resultados eran completamente distintos. En un ordenador, la precisión no es infinita. Si en un dato de temperatura, por ejemplo, introducimos un error muy pequeño, del orden de 10-12, resulta que el resultado para la predicción meteorológica es completamente diferente. Es el principio de la teoría del caos.
Lo mismo ocurriría con nuestro sistema de predicción para el buen urbanismo. Sólo que tratándose del ser humano, a pesar de destacarse por su comportamiento racional, los resultados se podrían alterar en un grado enorme ante cualquier imperfección. Dicho de otra manera, para que esto funcionase, el propio ser humano debería estar programado para seguir ciertas conductas ante determinados estímulos. Necesitaríamos ser robots, todo sería más fácil. Pero estoy seguro de que nadie desearía algo así.
La propia sociedad no sería suficiente, a pesar de ser un factor muy restrictivo. Una persona libre y aislada tiene infinitos grados de libertad (distintas reacciones frente a cada circunstancia) por el mero hecho de ser persona. Esta misma persona, inserta en una sociedad, ve restringidos sus grados de libertad, ya que no todos los comportamientos son socialmente aceptables. Pero la cosa se reduce aún más cuando aparecen las relaciones. Dos personas con algún vínculo entre sí también restringen sus grados de libertad. Y si observamos una masa grande de gente con algo en común resulta que obtenemos algo controlable incluso por una sola persona.
Como podemos ver, llega un momento, según vamos añadiendo factores, en el que el problema se hace más sencillo. Hemos pasado de infinidad de grados de libertad a tener algo que se puede controlar de forma más o menos sencilla. Ese momento es cuando se introducen las relaciones, las conexiones emocionales.
Resulta que estas conexiones organizan el todo. Lo restringen de tal manera que es difícil salir de él. Ya estamos hablando de problemas de complejidad organizada, y lo hacemos como solución a los problemas que nos surgían de la anterior hipótesis. Podría resultar que Jane Jacobs tuviera razón. Vamos a analizarlo en busca de la validez o no de la teoría sostenida por Jacobs.
PROBLEMAS DE COMPLEJIDAD ORGANIZADA
Existen sistemas en los que la disminución de grados de libertad no es sólo un truco estadístico, como ocurre con la psicohistoria. Son los sistemas estudiados por la sinergética. En esta clase de sistemas, las partículas parecen comunicarse entre sí a distancia, de manera que el comportamiento de una de ellas se ve influido por el de las otras. Existe una multitud de vías de desarrollo procedente de una situación inicial (el punto de bifurcación). Entonces, todas ellas convergen en el siguiente estado de equilibrio (el punto atractor). La sinergética estudia las propiedades de la divergencia y la convergencia, la bifurcación y los atractores, los patrones de desarrollo de la autoorganización de sistemas abiertos, y las transiciones del caos al orden y del orden al caos.
Volvemos a un sistema de predicción, sólo que esta vez al estilo de Jane Jacobs. Para ella, la única forma de comprender las ciudades pasaba por un trabajo inductivo, razonando de lo particular a lo general, y no al revés. Ya no estamos viendo el problema como una solución que da el conjunto en general, sino las conexiones entre las distintas partes. Jacobs también habla de pensar en procesos, luego esas partes tendrán un carácter dinámico.
Sin duda, el problema de la ciudad es un problema de interacción social, de cómo la ciudad condiciona el comportamiento social y viceversa. Si un barrio no funciona, quien sale más afectado es la sociedad. Esto nos lo deja muy claro Jacobs en su libro. La red social en sí representa ya un problema de complejidad ordenada. Y con esto estamos volviendo al punto de partida de la visión de James Fowler.
Demos otro sentido a la frase del profesor las redes sociales logran lo que una persona no puede hacer en solitario. Imaginemos que podemos recopilar la información de toda una sociedad en un ordenador. Bueno, no resulta descabellado, ¿verdad? No hace falta imaginarlo, porque esto es una realidad. Las redes sociales consiguen organizar el todo orgánico del que hablaba Jacobs. Hay tanta información en las redes virtuales que se podría llegar a predecir qué servicios y productos compraremos.
Las redes sociales y las comunicaciones están adquiriendo tal magnitud, que podrían facilitar enormemente el problema de las ciudades. Pero no sólo en el sentido de la recopilación de información para saber lo que se necesita sino que, además, los ojos de los que habla Jacobs se multiplican como esporas por las redes sociales, se mueven masas y se crea una conciencia común.
La forma de la red en la que estamos involucrados influye en la forma de comportarse. Además, tendemos a comportarnos como aquellos a los que estamos conectados. Si, en una conversación, la persona con la que estamos hablando nos sonríe, tú también sonríes. Pero no sólo son tus amigos los que te afectan, sino que existe hasta tres grados de influencia (los amigos de los amigos de tus amigos).
En el año 1930, el escritor húngaro Frigyes Karinthy propone, en un cuento llamado Chains, la teoría de los 6 grados de separación. Esta hipótesis intenta probar que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios, conectando a ambas personas con sólo seis enlaces.
Según esta teoría, cada persona conoce de media, entre amigos, familiares y compañeros de trabajo o escuela, a unas 100 personas. Si cada uno de esos amigos o conocidos cercanos se relaciona con otras 100 personas, cualquier individuo puede pasar un recado a 10.000 personas más. Si esos 10.000 conocen a otros 100, la red ya se ampliaría a 1.000.000 de personas conectadas en un tercer nivel, a 100.000.000 en un cuarto nivel, a 10.000.000.000 en un quinto nivel y a 1.000.000.000.000 en un sexto nivel.
En el año 1967, esto pasó a manos del psicólogo social Stanley Milgram, quien decidió pasar a los hechos a través del experimento del mundo pequeño. En él, Milgram midió la longitud de las conexiones a través de la mensajería, concluyendo en una media de seis conexiones.
Curiosamente, Jacobs habla de esto mismo en su libro. Pero lo comenta como una anécdota. Cuando ella y su hermana fueron por primera vez a Nueva York, jugaban a lo que ellas llamaban los mensajes. El juego consistía exactamente en lo mismo que experimentaría Milgram seis años después, pero con un carácter más imaginativo.
Ahora asumamos que este experimento es de los años 60. Actualmente, el tema de las redes sociales impregna la cultura de cualquier lugar del mundo. Particularmente, la noción de los seis grados de separación se ha vuelto parte de la conciencia colectiva. Las comunidades virtuales han aumentado enormemente la conectividad del espacio en línea, mediante la aplicación del concepto de red social y de los seis grados de separación.
Esto quiere decir que en un solo ordenador podemos tener la información de personas de cualquier parte del mundo. Podemos conocer sus tendencias, sus gustos y hasta lo que piensan. Podemos llegar a predecir, como decía antes, qué servicios y productos compraremos. Como se puede ver, el problema de la ciudad se podría reducir en poco tiempo si se utiliza la herramienta adecuada.
Llegados a este punto, la pregunta podría ser ¿es realmente la ciudad una mera cuestión social? Así lo creo, pero cabe concretar un poco más. No se trata de cómo piensa la gente y qué es lo que más le gusta, sino que lo que realmente importa es cómo se ve afectada ante cierto estímulo, que viene en forma de elemento de la ciudad en un lugar concreto y con una forma y funcionamiento concretos. Para esto también nos servirían las redes sociales, solo que restringiendo los campos de búsqueda.
Actualmente existen numerosas iniciativas para incentivar la participación ciudadana en la ciudad. Un ejemplo es la propuesta Yo también me caso, de dos jóvenes arquitectos: Paula del Río y Javier Peña. En palabras de Peña, “En política con el voto apruebas o desapruebas unas propuestas que son ajenas, y nosotros lo que queremos es invertir esa relación, que la propuesta salga del ciudadano, el germen de lo que tendrían que ser las políticas ciudadanas”. Lo que consiguen es incentivar al ciudadano para que se comprometa con su ciudad haciendo una serie de propuestas.
Con este tipo de iniciativas conseguimos ampliar la información de la que disponemos. Quizás Jacobs, en la época en la que escribía su libro, estaba pidiendo demasiado a los profesionales de la urbanística, como ella los llama. Los métodos que pedía que fueran utilizados, aunque sencillo de contar, era muy complicado de analizar sin los medios de los que disponemos actualmente. Pero ahora se puede y, si se consigue llevar a cabo, sólo bastarían unas pocas décadas más para saber si estamos de nuevo en un error.
Existen distintos tipos de ciudad basados en la interacción de los ciudadanos, el espacio público y los medios de comunicación. Para el crítico de arte Eduardo Pérez Soler, podemos distinguir entre la Ciudad eficiente, la Ciudad panóptica, la Ciudad emocional y la Ciudad aumentada o hipermedia. Esta última es muy interesante para el tema que nos ocupa. Se trata, según el crítico de arte, de una ciudad cubierta por la densa capa de información georreferenciada de carácter cultural, comercial y lúdico. Sin embargo, internet puede hacernos perder el contacto con la calle. Las tecnologías pueden ser una herramienta útil, siempre que interactúen con el espacio físico relacional. La clave del urbanismo en este sentido sería la de encontrar una estrategia de relación entre el espacio físico urbano y la capa de información que lo resignifica y contextualiza, y hacerlo de una forma creativa y productiva.
Cada vez tenemos más herramientas de información. La ya citada información georreferenciada es la que mejor se adapta a las necesidades del urbanista. Se trata de generar y compartir información ligada a un lugar concreto localizado en mapa. El ejemplo más popular es el de Google. Con Google Maps o Google Earth, la cantidad de información que podemos adquirir de un lugar en concreto es inmensa. Pero lo más importante es que se trata de información aportada por los propios usuarios, la sociedad toma conciencia de la propia ciudad en la que viven.
Este concepto se traduce en los mashups, aplicaciones web híbridas que usan y combinan datos de una o más fuentes para crear nuevos servicios. Por ejemplo, un tema que le interesaría mucho a Jane Jacobs es la aplicación de los mashups a la criminalidad. El departamento de policía de Chicago tiene un mashup que integra la base de datos del departamento de crímenes reportados con Google Maps.
Hoy en día, la red social por excelencia es Twitter, que cuenta con más de 200 millones de usuarios en todo el mundo. También permite las referencias geolocalizadas, lo que nos puede inducir, como muchas veces ocurre, por experiencia propia, a descubrir nuevos lugares que no conocíamos o a interesarnos por un barrio en concreto cuya existencia ignorábamos. Incrementa nuestro conocimiento del lugar y de la sociedad que lo habita; y colabora en gran medida en una conciencia común a gran escala.
En definitiva, las redes digitales están haciendo posible que los profesionales de la urbanística puedan acceder a poderosas herramientas para el estudio detallado del territorio metropolitano y su intervención con una mayor eficacia. El internet móvil y la georreferenciación permiten algo que antes era impensable; consigue asociar en tiempo real una identidad digital con un espacio físico concreto.
Ya existen municipios en España que se han concienciado de esto y han tomado medidas. Es el caso del municipio de Béjar, en la provincia de Salamanca, que ya se anuncia en la red como ciudad digital. A través de una serie de actuaciones de modernización tecnológica, el ayuntamiento pretende fomentar la participación activa ciudadana en el desarrollo de los intereses municipales.
Cada vez existen más propuestas generadas desde las redes digitales, la ciudadanía se ve más concienciada con la ciudad e intenta participar más en ella y de ella. Se realizan acciones que los propios ciudadanos ponen en marcha de forma espontánea y de forma autoorganizada, con el objetivo de mejorar su hábitat. La ciudad se vuelve a entender como un espacio de producción social tal y como apuntaba Henri Lefebvre. Se trata de un sistema de ciudad bottom-up, como pide Jacobs, y no el tradicional urbanismo top-down. El arquitecto e investigador Domenico di Siena habla de la ciudad del conocimiento, de cómo definir un nuevo modelo de urbanidad basada en la experiencia como base de conocimiento. Y ello lo traduce a un espacio virtual de debates, discusiones y puestas en común de información, que colabora con la inteligencia colectiva.
ALGUNAS CONCLUSIONES
Como hemos podido ver, sería infinitamente difícil intentar predecir acertadamente la evolución de un barrio o ciudad. Cualquier variación en la hipótesis inicial podría condicionar por completo el resultado. Sin embargo, siendo que son los propios ciudadanos los que generan el espacio urbano con sus propuestas e iniciativas, el modelo planteado no puede fracasar, ya que está en la naturaleza del ser humano el proteger aquello que uno mismo ha creado.
Es posible imaginar la ciudad de las ideas, de la participación, del debate, del compromiso de los habitantes, la ciudad sensible (sentient city); es posible imaginar lo que un día imaginó Jane Jacobs, porque lo tenemos delante. A diario manejamos y generamos cantidades ingentes de información. Tenemos en las redes digitales fuentes de organización de la enorme complejidad que supone una ciudad. Es decir, que el urbanista se puede valer de la inteligencia colectiva que se genera en estas redes como herramienta para crear una ciudad de todos y para todos.
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