Oda al balcón

ODA AL BALCÓN

He perdido ya la cuenta de los años que llevo preocupado por el progresivo avance de un acto que considero blasfemo. A mis ojos, una aberración contra la belleza de la arquitectura. La muerte del balcón.

Poco tiempo transcurre desde los primeros pasos en la arquitectura hasta que aprendes el valor de lo intermedio. Lo que llamamos “espacios de transición“. Esos lugares que no están dentro ni fuera que, con un lenguaje híbrido, nos ubican en el umbral. Un umbral acogedor, que respira y protege.

Estos lugares suponen además un espacio de relación entre lo privado y lo público, algo que no aporta una simple ventana. La ventana, en este sentido, no es más que un mero elemento de observación, no existe una relación recíproca. En ocasiones, un panóptico de la vida cotidiana (como bien representó Hitchcock en “La ventana indiscreta”). Te permite ver sin ser visto (hay quien tiene más maestría en esto de la ocultación que otros). El balcón, por el contrario, va con la verdad por delante. Sí, te estoy mirando y sé que lo sabes.

En esa transición entre dentro y fuera “pasan cosas” (expresión muy de arquitectos, aunque parezca mentira). Incluso los minúsculos balcones del centro de muchas ciudades dan pie a situaciones muy diversas. Pequeñas junglas con su propio microclima, el rincón de fumar, el aparcamiento para la bicicleta, el café al aire libre… Todo ello es factible en menos de un metro cuadrado. Yo he tenido uno de esos y es increíble lo que es capaz de aportar una cosa tan pequeña. Da vida.

Soy un férreo defensor del balcón aunque, puestos a elegir, prefiero los de cierto tamaño. Aquellos que te permiten sacar un par de sillas y una mesita para disfrutar de café y libro. También es un placer el estar, simplemente estar. Mente en blanco y dejarse llevar por la brisita mañanera o los colores del cielo en el ocaso. Un espacio sagrado donde los problemas son menos.

LA MUERTE DEL BALCÓN

Pues bien, hablemos entonces de la blasfemia de la que hablaba al comienzo de este artículo. Echemos un vistazo alrededor. Desde aquí veo varios edificios de viviendas. Escojo uno al azar. Veo 31 de esos “espacios de transición”. 11 de ellos han sido cerrados. 11 familias han tomado una decisión, a mis ojos, macabra. No se trata de un edificio especialmente bello o simplemente interesante. No. Pero tiene (tenía) cierta plasticidad. Esas viviendas ya no se viven igual. Ya no tienen dentro de sus límites un lugar donde salir a tomar un café. Ya no existe para ellos el lugar perfecto para la lectura. La indefinición del dentro y el fuera se pierde. Se define.

Desconozco sus motivos para hacer algo que me resulta tan doloroso. He oído muchos argumentos al respecto. En la mayoría de los casos se refieren a la ganancia de superficie interior de la vivienda. Bien, esto lo puedo entender en ciertos casos. La especulación inmobiliaria es un hecho. En raras ocasiones se plantea la construcción de un edificio de viviendas desde la perspectiva del confort. A día de hoy, el confort de la vivienda es un privilegio que no está al alcance de cualquiera. ¿Qué prima entonces? Mayor número de viviendas para una superficie invariable. Si echamos un vistazo a la construcción en las últimas décadas, vemos viviendas mínimas, dormitorios minúsculos, cocinas pasillo, salones encajonados donde tienes que elegir entre tener mesa de comedor y poder abrir la puerta del balcón, si es que cuenta con este. En esos casos puedo entender la necesidad de ganar algún metrito al interior.

Sin embargo, también me he topado con grandes pisos de amplios salones que utilizan el mismo argumento. En esos casos, tengo la sensación de que se trata de una mera excusa que esconde una necesidad de tener más, o bien, de dejar claro cuál es el límite de lo que es mío. ¿Pero más qué? Creo que en estos casos se pierde más de lo que se gana.

LA CUESTIÓN CLIMÁTICA

Está claro que cada uno tiene su forma de ver las cosas y de vivir su hogar. Y aquí viene otra de las razones que motivan el cierre de balcones. “Si para lo que lo uso….”. Entiendo que lo que se ve únicamente es su utilidad física, pero hay que entender que no es la única. Estos espacios cumplen también una función higrotérmica. Es decir, que sirven para controlar la temperatura interior de la vivienda, sin perder en luminosidad. Vivimos en tierras de temperaturas extremas. El balcón nos protege del sol abrasador en verano y permite su entrada en invierno, algo que perdemos por completo si lo acristalamos y lo abrimos al interior.

IMAGINEMOS

La riqueza que pueden aportar los balcones, tanto a nivel de habitabilidad como a nivel urbano, es enorme. Yo apuesto por la regeneración urbana de lo existente frente a la expansión desmesurada de la ciudad que adopta el modelo estadounidense de suburbios. Imaginemos que esa regeneración se llevase a cabo poniendo énfasis en estos elementos de transición. Imaginemos que apostamos por la calidad de los espacios frente a la especulación. Que frenamos ese crecimiento tan provechoso económicamente en pos de la calidad urbana. No sé en la vuestra, pero en mi cabeza veo una ciudad de gran riqueza plástica y social. La ruptura del hermetismo al que nos encaminamos.

Bien, ahora imaginemos que estas palabras fueron escritas antes de la pandemia de la Covid-19. ¿Tendrían sentido para vosotros? ¿O solo tiene sentido ahora que el balcón se ha convertido en lugar de culto? Tratemos de pensar más allá de la necesidad inmediata.

 

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